sábado, 1 de junio de 2013

Devoción a Jesús Nazareno

Toda la vida de Jesús en sus treinta y tres años es digna de admiración, imitación y amor. Jesús es el Hijo del Eterno Padre, hecho hombre. Jesús merece todo nuestro amor en su nueve meses en el seno de María. ¿Cómo no amarle recién nacido, niño, adolescente, hombre maduro? ¿Cómo no admirarle curando enfermos y predicando su doctrina sublime, salvadora? Amarle en la última cena cuando nos dejó el sacramento maravilloso de su presencia real, viva, palpitante, en la Eucaristía... es una gozada.

Debemos amarle en la oración y agonía del huerto. Cuando inicuamente le prendieron, le flagelaron, le coronaron de espinas, se burlaron de Él. Le condenaron a muerte a base de calumnias propaladas con odio terrible al que siempre nos profesó infinito amor.

En esta escena, en este paso: Jesús Nazareno con la cruz a cuestas, camino de la crucifixión en el Calvario, nos conmueve tiernamente, provoca en nosotros una multitud de sentimientos... Ante todo de arrepentimiento de nuestros pecados. Y en seguida ¡el amor!

El peso de su cruz es el peso de mis pecados y de toda la humanidad, previstos desde su eternidad y su tiempo.

¿Por qué le resulta tan pesada la cruz? ¡Ay! ¡Cuántos pecados se han cometido! Lleva Jesús la cruz y muere para que se puedan perdonar nuestros pecados con la facilidad que Él mismo nos da en el Sacramento de la Penitencia.

Es verdad que lleva la cruz de nuestros pecados que merecían condenación eterna en nosotros, y así se queda en condenación temporal suya. Pero ¡qué terrible! También es verdad que si persistimos en nuestros pecados y no recibimos el sacramento del perdón, con verdadero dolor, nosotros mismos nos buscamos la condenación, a pesar de tanto amor y tanto sufrimiento por parte de Jesús Nazareno. Con su mirada y su cruz nos está diciendo: No peques más.

Jesús lleva la cruz para ayudarnos desde su experiencia vital, y con su gracia, a llevar nuestras cruces...

Cruces, en el lenguaje cristiano son toda clase de sufrimientos que a lo largo de la vida todos padecemos.

Lleva Jesús Nazareno con amor, la cruz de mis pecados y sufrimientos. Y yo, también con amor, debo llevar la cruz de Jesús... ¿qué quiere decir: Jesús lleva mi cruz y yo llevo la suya? ¿Cuál es la cruz que yo tengo que llevar? Mis padecimientos, mis enfermedades, mis disgustos cuando las cosas me salen mal, mis fracasos, las calumnias que inicuamente lanzan contra mí, el duro trabajo de cada día, el peso de mis obligaciones, los mismos mandamientos de la Ley de Dios, que aunque son llevaderos, a mi se me hacen pesados...

¿Cómo hago yo mía la cruz de Jesús Nazareno? Pensando, meditando los sufrimientos de Cristo, doliéndome de ellos como si fueran propios, descubriendo el infinito amor con que los sufre. Así, de alguna manera, la pasión de Cristo se repite en mi alma. ¿Y cómo Cristo, Jesús Nazareno, quiere ayudarme a llevar mis cruces? ¿Cómo quiere Él mismo llevar mi cruz? Llamándome con insistencia a la intimidad de su Corazón. Consiguiendo que mi amor se fusione con el suyo. Desde la intimidad más familiar Jesús Nazareno da a todo cristiano una fortaleza y un consuelo insospechado.

¿No es Él el hombre frágil, pero valiente y a la vez el Dios omnipotente?

Yo, cristiano, poco a poco he de descubrir que teniendo un amor intensísimo a Jesús, Él es el que lleva mi cruz y yo su cirineo . Otras veces me parecerá que quien lleva la cruz soy yo, pero Él es mi cireneo. Amando a Jesús Nazareno la cruz me resultará mucho más llevadera, Jesús nunca me deja solo con mi cruz.

¡Qué diferencia de llevar la cruz sin Jesús a llevarla con tan alentadora compañía!

Así se entienden las dulcísimas palabras de Jesús: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas; pues mi yugo es llevadero y mi carga ligera...

Jesús Nazareno, en unión con el Padre y el Espíritu Santo, tiene un recurso maravilloso para animarnos, confortarnos, transformarnos de débiles en fuertes, ¡el de la gracia! La gracia santificante y las gracias actuales. ¡Qué maravillas hace la gracia de Dios en nosotros, como las ha realizado en millones de cristianos! Cuando pasó la tribulación, la angustia, la cruz, se suele preguntar el cristiano: ¿cómo pude yo soportar tanto dolor? ¡La gracia de Dios que obró en mí! Jesús Nazareno llevó mi cruz.

Oigamos a Santa Teresa. En el Cáp. 7 de su Vida nos cuenta la última enfermedad de su Padre... Dice la Santa:

Fue su principal mal de un dolor grandísimo de espaldas, que ja más se le quitaba; algunas veces le apretaba tanto que le congojaba mucho. Díjele yo que, pues era tan devoto de cundo el Señor llevaba la cruz a cuestas, que pensase Su Majestad le quería dar a sentir algo de lo que había pasado con aquel dolor; consolose tanto que me parece nunca más le oí quejar. Estuvo tres días muy falto de sentido; el día que murió se lo tornó el Señor tan entero que nos espantamos, y le tuvo hasta que a la mitad del credo, diciéndole él mismo, expiró. Quedó como un angel...

También es verdad que ayudando y cuidando a los enfermos, los ancianos, a los niños, a los débiles, a los pobres, a los presos... yo estoy ayudando a llevar la cruz de Cristo. Él nos lo dice: Lo que hiciéreis a uno de estos mis humildes hermanos, a mi me lo hicisteis.

Y cuando me veo con salud, prosperidad, felicidad temporal y no quiero seguir a Jesús con su Cruz, porque no cumplo los mandamientos o no le amo, me uno al grupo de curiosos que lo vieron pasar y cínicamente se retiraron, no le siguieron como las buenas mujeres. Me retiro sin cruz, pero también sin salvación. Sin Cristo, si su cruz, no hay salvación... No quiero gloriarme si no es en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, decía San Pablo.

La devoción a Jesús Nazareno incluye, claro está, amor grandísimo al Padre que no dio al Hijo y consintió que muriera para nuestra salvación. Y al Espíritu Santo que dio fortaleza a la Santa Humanidad de Cristo para llevar a cabo la obra de nuestra salvación, y que también nos dará a nosotros con su gracia esa misma fortaleza que necesitamos para llevar nuestra Cruz.

Esta devoción lleva consigo también el amor tierno a nuestra Madre la Virgen Dolorosa, que tanto sufrió por nosotros y nos acompaña en nuestros dolores...

La devoción a Jesús Nazareno es verdad que nos une a Él por medio de su imagen; pero para unirnos más eficazmente a Él, hemos de amarle en la Eucaristía, la Santa Misa, en la comunión con el alma limpia.

¡Oh Jesús Nazareno, no me gusta llevar ni tu cruz ni mi cruz! ¡Ayúdame con tu amor, con tu ejemplo, con tu gracia, a soportar la Cruz que me lleva, como a ti te llevó, a la Resurrección, a la felicidad perenne! Pronto notaré que la Cruz la llevamos entre los dos. Y que esa Cruz, al principio tan repugnante, se vuelve llevadera y siembra en mí la esperanza gozosa de que todo terminará felizmente, en esta vida, y en la otra.