Día noveno...

... y me hiere la ternura.


CONSIDERACIÓN.- Dios Padre, Jesús Nazareno, su Hijo, el Espíritu Santo son todo ternura vivificante.

Tras las lágrimas amargas por haber pecado, Jesús Nazareno nos regala la dulce ternura que hiere al alma para que brote en ella el amor vivísimo, apasionado.

Para expresar tanto el amor humano como el divino se emplean las metáforas o comparaciones de flechas que hieren el corazón. Saetas que se clavan en el alma, espadas que traspasan el pecho.

¿Cómo tiene que ser el amor que debemos profesar a Jesús Nazareno? Tierno y a la vez vivisimo, fortísimo y encendido como un gran fuego voraz.

Herida el alma por la ternura que percibe en Jesús Nazareno, no tiene otra respuesta para Él, que la ternura más exquisita, fina, y a la vez torrencial de amor a quien tanto me ha amado y me amará para siempre.

Basta que yo sepa que aunque me aleje de Él, me seguirá amando infinitamente, para que yo haga el propósito firmísimo de jamás ofenderle.

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús resalta este amor tierno, compasivo y ardiente de Jesús Nazareno a cada uno de nosotros, reflejado en su Corazón rasgado. El alma que lo percibe, lo goza, se siente también herida en el corazón y trata de responder con la misma pasión amorosa ardiente.

¡Me hiere, pues, la ternura exquisita del Corazóno de Jesús Nazareno fatigado, subiendo al Calvario y traspasado en la Cruz! Pero yo también, herido en mi corazón por el amor suyo, trato de responder con amor que se asemeje.

Herido de amor por mí, hiere mi corazón con el mismo amor. Este amor lleva consigo el seguimiento de Cristo, cada cual en su vocación; y en los niños y jóvenes, tal vez buscando vocación misionera, religiosa o sacerdotal.

El verdadero amor ha de herir dos corazones. No uno solo. ¿Qué sentido tiene: Jesús Nazareno herido por mí, si yo percibiendo ese amor, no quedo herido de amor por Él?