Día sexto...

... el pecado me tortura.


CONSIDERACIÓN.- Jesús Nazareno sí que fue torturado por nuestros pecados de manera crudelísima. En el Huerto, con aquella agonía o lucha mortal en lo más profundo de su alma. Con la flagelación dolorosísima. ¡Todo su cuerpo desnudo y azotado sin dejar parte de la piel sana! Torturado con la corona de espinas colocada violentamente. Bofetadas y puntapiés. Burlas crueles, desprecios humillantes. Veinte horas de sed terrible habiendo sudado a goterones y habiendo perdido tanta sangre.

El culmen de la tortura llegó al clavarlo de pies y manos y levantarlo en la cruz...

El amor a su Padre y a nosotros le movió a aceptar tan terribles torturas. ¿Cómo sentimos nosotros la compasión por Él?

Debiera ser tan grande nuestro dolor por los pecados que pudiéramos llamarlo tortura.

La verdad es que se nos pide dolor profundo, pero empapado de dulce esperanza. Debemos reflexionar pensando que el pecado es un mal terrible. Hasta ahora nos parecía que el pecado es una cosa que está mal, pero que tiene poca importancia o no se puede por menos de admitirlo. A la vista de las torturas de Cristo es como hay que ver la gravedad del pecado. El pecado mortal es rebeldía terrible contra Dios bienhechor, Padre, belleza y bondad supremas. Como el amor y la bondad de Dios es infinita, la rebeldía contra esa bondad supone una horrible culpa. Y si no lo comprendemos por nuestra corta inteligencia, mirando las terribles torturas de Cristo debemos por lógica deducir: ¡Terrible cosa es el pecado como terribles fueron las torturas de Jesús Nazareno! ¡Arrepintámonos de nuestros pecados con el dolor que guarde alguna proporción respecto a las torturas de Cristo!

¡Y démosle amor! Cristo en sus torturas lo que más buscaba en nosotros era el amor. Que haya alguna proporción siquiera de nuestro amor con sus torturas. Por más que nuestra tortura por amor, pronto se convierte en el gozo de ser perdonados y amados con exquisita ternura.